Una persona se sube a un avión y algo cambia. No me pidas que te lo explique con ciencia, que de eso poco y nada. Pero ahí, a diez o doce mil metros del suelo, entre una nube y otra, **el pensamiento cobra altura**. El cuerpo viaja, pero la mente también hace su recorrido. Se despega de las tonterías del día, de esa reunión soporífera, del atasco en la M-30, del vecino que pone Camela como despertador. Así, sin darte cuenta, **empieza el vuelo**. El verdadero.

Lo que nadie te cuenta del vuelo: entre turbulencias interiores y ventanillas mentirosas

Hay algo que pasa cuando ya estás allí arriba, lejos de tu rutina, de tus gafas bien puestas, del control absurdo que creemos tener. Te sientas en tu asiento, te abrochas el cinturón —por si acaso, aunque sabes que si pasa algo no te salva ni la Virgen de Lourdes—, y miras por la ventanilla. Y lo que ves no es cielo ni nubes ni cotas de altitud: **lo que ves eres tú**, en tránsito.

El azafato sonríe como si no llevara seis horas sirviendo zumos con cara de «yo antes volaba por pasión». Y tú piensas: «¿Qué hago yo aquí?». Porque para eso sirve el vuelo: para preguntarse lo que no te preguntas cuando tienes los pies en la tierra. Estás medio dormido, medio lúcido, en ese espacio rarísimo donde el cerebro no sabe si soñar o planear. **Te haces preguntas serias**, de esas que tiran del alma más que del cuerpo.

Que si estás en el trabajo adecuado, que si la relación va bien, que si te estás convirtiendo en quien querías ser o simplemente estás sobreviviendo entre viernes y lunes. Y como no hay cobertura, ni ruido de WhatsApp, ni hijos gritando que les pongas una serie, **te respondes**. A tu ritmo. Con miedo, con chulería, con lágrimas contenidas.

La cabeza despega en cuanto se cierran las puertas del avión

Y cuando eso ocurre, amigo, hija, tío… como quieras llamarlo, **te das cuenta de que volar tiene algo de confesionario**. No hay escapatoria. No puedes bajar. No hay internet que distraiga salvo ese wifi de avión que es más lento que una resaca de garrafón. Estás a solas contigo. Pero a solas de verdad. Y eso no ocurre casi nunca.

Los pensamientos toman forma: el «igual debería mudarme», el «tengo que recuperar aquella historia que dejé a medias», el «ya está bien de poner excusas». Y te sorprendes. Como cuando descubres que esa voz que te acompaña todo el día, la que normalmente callas con ruido, **empieza a decirte verdades** que no esperabas escuchar en medio de un cielo despejado.

Eso también es volar. No solo es cambiar de país, de idioma, de clima o de menú a bordo. **Es moverse por dentro.** Abrirte a preguntas. Atreverte a cambiar el rumbo. Igual que lo hace el avión cuando dice el capitán que hay tormenta más adelante y hay que desviarse. Pues tú igual.

Aquí lo tienes: el vuelo dentro del vuelo

Y si eres de los que necesita más que palabras, más que introspecciones de bloguero espabilado, mira esto. En este vídeo vas a ver ese tránsito, ese entrecielo que te digo, con música, con imágenes, con alma.

Es una maravilla. Lo ves, lo sientes y casi hueles ese aire falso del avión que, de pronto, **parece oxígeno puro** cuando estás dispuesto a ver más allá.

Volar no es solo ir de Madrid a Berlín o de Sevilla a Roma. Es permitirse ser otro un rato. Poner el corazón en modo avión para que **la cabeza te lleve donde el coraje no se atreve cuando estás en tierra firme**.

Y ahora qué, ¿te animas a volar?

Si después de leer esto te ha picado el gusanillo, si te han entrado ganas de hacer las maletas aunque sea mentales, te digo algo. **No hace falta billete para moverse por dentro.** Aunque si lo que quieres es cambiar el paisaje, salir de tu sillón y mirar la vida desde arriba, entonces sí, búscate un vuelo. Dale. Pero no por escapar, sino para conectar contigo.

Piensa, sueña, hazte un lío de los buenos. Que a veces un avión no es un transporte: es una pausa. Un espejo en el cielo. **Algo más que trayecto.**

Si estás buscando vuelos, horarios o simplemente quieres curiosear cuál podría ser tu próximo rumbo físico (que el interior ya lo tienes claro), échale un ojo a esta web de Iberia, que allí al menos te dicen si te vas a mojar por el camino o si te toca ventana o pasillo.

Y si estás por aquí cerca y te apetece hablar, sentir, escribir, viajar con palabras o aterrizar ideas… pásate a saludarnos. Estamos en tu ciudad, con los pies en la tierra, pero la cabeza exactamente donde hay que tenerla: **en las nubes, pero con propósito.**

¿Nos vemos en el próximo vuelo?

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