Hay palabras que huelen. Hermoso es una de ellas. Puede oler a esa persona que apareció cuando ya habías apostado a que nadie llegaría. O puede tener el aroma de una plaza vacía al amanecer mientras todo el mundo dormía y tú descubriste que estabas despierto, de verdad.

No vengo a contarte una definición de diccionario. Esto no va de gramática. Va de piel. Va de ese instante, lugar o persona que te arranca un suspiro y te deja contra las cuerdas sin preguntar si estás preparado.

El instante que reventó todos los relojes

No fue un viaje a Bali. Tampoco un atardecer de postal. Era un día de esos que huelen a lunes con resaca de domingo. Me refugié en una cafetería de barrio para huir del mundo y del ruido. Y allí estaba. Una anciana con los ojos tan llenos de historia, que una mirada bastó para notar un tsunami emocional sin aviso previo.

Llevaba consigo un cuaderno viejo, de esos con páginas que crujen. Escribía. Sola. Con delicadeza, como si cada palabra doliera pero también curara. Y entonces, sin saberlo, me pasó un hermoso testigo invisible: la certeza de que aún hay lugares con personas que escriben en silencio palabras con peso.

Aquella escena fue hermosa, sí. Pero no por la estética, ni por la luz ambiente. Fue hermosa porque desmontó mis defensas sin violencia. Porque me hizo recordar a mi abuela. Porque me hizo llorar sin ruido. Eso hacen las cosas verdaderamente hermosas: llegan sin anunciarse y te explotan dentro.

Lo inesperado tiene más fuerza que cualquier guión

Vivimos esperando fuegos artificiales. Nos educaron para que lo extraordinario llevase etiquetas, filtros y fecha en el calendario. Pero lo que te cambia —lo realmente hermoso—, no avisa.

Puede que estés en una estación de tren, en pleno atasco o en mitad de una discusión absurda. Y pum. Te llega. A veces es una frase que alguien suelta sin querer y te araña algo escondido. Otras, un niño que te mira de frente mientras sujeta la mano de su padre como si sujetara el universo entero.

Los instantes hermosos casi nunca son cómodos. Pero son reales. Te hacen sentir incompleto, vulnerable y vivo. Porque todo lo que corta la respiración sin tocar el cuerpo… merece ser contado. O recordado.

No busques lo hermoso. Te encuentra cuando menos te conviene

En realidad, la belleza auténtica no necesita escenario. A veces lleva ojeras, otras, olor a ajo y domingo. Lo hermoso no siempre es bonito. Pero siempre remueve. Y ahí está la clave. ¿Qué fue lo último que te removió?

Este vídeo lo vi en uno de esos días grises en los que hasta las tazas caen mal. Lo comparto contigo porque, igual que aquella anciana, me desnudó.

Si has llegado hasta aquí, probablemente entiendas que esto no se trataba de definir ‘hermoso’. Eso sería fácil. Esto va de recordar algo que te cambió sin permiso y sin aviso. Algo que te sacó del piloto automático. Y que sigue ahí, quieto, cada vez que te da por respirar hondo sin entender por qué.

¿Te has cruzado ya con tu «hermoso inesperado»?

No hay que irse muy lejos. A veces está a la vuelta de la esquina. En una conversación con sabor a verdad, en una calle escondida de tu barrio, en el olor a pan recién hecho de esa tienda de siempre.

¿Quieres que lo encontremos juntos? Si estás por aquí cerca, Ciudad Real (o cualquier rincón con alma), podemos tomarnos un café. Pero de los buenos. De los que destapan heridas sin pedirte el historial clínico.

Contáctame si quieres darle forma a lo invisible con palabras. Si necesitas contar eso que te marcó. O simplemente, si estás harto de leer cosas que no te tocan. Estoy más cerca de lo que crees. Y no, no me hace falta que todo sea bonito. Me basta con que sea hermoso de verdad.

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